Amargo día

Sus ojos húmedos delataban el llanto de su alma, la tristeza de su corazón resaltaba en la palidez de su mirada. Y como si fuera poco, sus labios temblorosos ahogaban un grito de rabia. Que dolor más hiriente se veía en un ser tan frágil, que pasión afloraba en la rudeza de sus puños y tan impotente como sol de invierno que no calienta, sino que más bien lastimero entibia un poco, el pobre se sentía. Aquel niño agónico de angustia al ver partir la mitad de su vida, al ver escapar la esperanza y luz de su día, en un instante tuvo que decir adiós, tuvo que dejar su sonrisa. 
Aquel infeliz no entiende por qué su madre lo mira sin decir nada, aun no se entera que aquel grito ensordecedor que escapó de sus labios, fue el último suspiro y la despedida. No logra comprender por qué la vida lo golpea tan duro, no es consciente del dolor de la soledad y la aguja punzante del desconsuelo lo atraviesa. La vida que creía completa de pronto no fue nada, se tradujo en un montón de recuerdos sin dueño. La fortaleza flaqueó, su fuerza se hizo debilidad y la dulzura de su mirada de pronto se apagó. Por dos horas estuvo inmóvil, como estatua, impenetrable. La gente que pasaba, se alejaba rápidamente, las tinieblas de su aura eran tan negras que hasta la sombra de aquel niñato se ocultó de él.
Luego una lágrima rodó por su mejilla y el cielo se partió en frías gotas que sólo consiguieron dejarlo aún más solo en el vacío de su rededor. Al instante, el niño murió. Y en un hombre cruel y duro aquel se convirtió, olvidando todo lo que un día lo alegró.